El sobretodo de otra España
"Hay que sobreponerse, Elvira", decía mi abuelita Virtudes a su amiga Elvira que acababa de perder a su madre.
Sobreponerse es algo así como poner un sobretodo*, que aquí le llaman gabardina, encima del dolor y abrocharlo para que no se queje y estorbe.
Mi abuelita Virtudes no hacía más que sobreponerse. Se sobrepuso cuando era una niña de cinco años y su madre la llamó para que viera a su vecina muerta, y así nunca más tuviese miedo de la muerte. Se sobrepuso cuando llegó la guerra y tuvo que salir huyendo con mi madre recién nacida en brazos. Se sobrepuso cuando los milicianos se llevaron a mi abuelito para fusilarlo, y estaba sobrepuesta cuando se lo devolvieron vivo, gracias a un amigo republicano que juró que mi abuelito Andrés jamás se metió en política cuando estaba en la Universidad, a pesar de ser de una familia de la aristocracia.
Se sobrepuso cuando mi madre, esa niña de sus ojos, rubia, que recitaba poemas a la Virgen a los tres años, y a los veintiuno era una señorita con su carrera terminada y un libro de poemas recién publicado, se casó con un señor extranjero y comunista y cruzó el Atlántico.
Se sobrepuso cuando nos vió aparecer temblando, huyendo de los albores de otra dictadura para vivir en los declives de la otra.
Se había sobrepuesto cuando tenía diecisiete años y murió su padre . Cuando a pesar de ser Premio Nacional Esparza tuvo que quedarse en un pueblecito minero de provincias siendo maestra de una escuela unitaria, que era unitaria en todo.
Cuando tuvo sola a varias hijas porque mi abuelito se fue a consolar a las viudas y los huérfanos de la familia de Villa de Anís que eran muchísimos y todos de negro.
Estaba sobrepuesta cuando le clavó las uñas a la enfermera al dar a luz a tía Mariam que venía atravesada y tuvieron que sacarla con fórceps.
Se sobrepuso cuando perdió esa hija de meses por culpa del frío y desde entonces exageraba a la hora de abrigarse porque nunca hubo una gabardina que pudiera contener todo el dolor, toda la vida, y todo el corazón en esta España de franco* ni en ninguna, toda la inocencia machacada por los terribles ritos de la vida. Porque no había ningún paño de lágrimas que contuviera juntos la mantilla de encaje, el sudario y el vestido de novia. Porque su hermano se quedó en la otra España perdida para siempre y jamás volvió a verlo.
Estaba sobrepuesta cuando mamá compartía el pan con los pobres en la puerta. Cuando contrajo el ántrax y parecía que se moría. Cuando se clavó la fuente de porcelana, después de echar de la casa a ese moro de la Guardia de franco*. Y cuando mi abuelito después de ver fusilar a sus hermanos guardó una foto de mussolini* en el armario. Cuando se hicieron lingotes con las pulseras de pedida de las damas de España con los brazos desnudos.
El dolor es un lujo para desocupados. El hombre nuevo exige que el corazón se guarde en el bolsillo del sobretodo* de otra España. Que el mundo es espartano para tímidos y hay que nacer sabiendo. Y cuando pegan en las nalgas hay que escupirle a la enfermera las flemas a la cara. Con los pulmones limpios y las nalgas al rojo, se deja el llanto para pobres de espíritu. Que si te mueres es que estaba de Dios y no valías. Y el llanto es un capricho de poetas, de débiles no aptos para este mundo nuevo.
Estaba sobrepuesta y el llanto se le escapaba por la sangre.
* Los dictadores siempre con minúscula
* Es una especie de gabán que en el Río de la Plata se sobrepone al resto de la ropa.
Verónica Pedemonte Morillo-Velarde (Viaje circular de Venecia Gradiva, Beca a la creación literaria Junta de Extremadura 1999)
miércoles, 27 de octubre de 2010
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