El exilio español en Uruguay
por Rosa María Grillo. Universidad de Salerno
«En la década de los 40 Montevideo era una irrepetible maravilla y nuestra juventud era tan tonta que creía que eso era la realidad. (...) Yo vivía en una casa que alquilábamos a medias con José Bergamín»93. Así Manuel Flores Mora, escritor, periodista, crítico literario e historiador de la generación del 45, exalta y conmemora nostálgicamente el Montevideo de los años 40 y 50, ciudad cosmopolita y culturalmente vivaz. No es él solo. María Inés Silva Vila recuerda cómo en aquellos años «pasó Juan Ramón Jiménez por nuestra ciudad y lo conocimos en casa de los Díaz. (...) Hubo una fiesta en la casa del centro de Susana Soca y allí pude ver nada menos que a Albert Camus bailando la 'raspa'. (...) A Borges lo conocí exactamente en la mitad del siglo, cuando visitó a Bergamín en la casa donde vivía con Maneco Flores»94. También las frías pero elocuentes estadísticas confirman esa imagen alentadora del Montevideo de la mitad del siglo: los índices más altos de alfabetización en América Latina; escuela y universidad laicas y gratuitas; uno de los primeros lugares en consumo de periódicos, etcétera. Si es verdad que el ambiente intelectual era vivaz y acogedor, y que eran numerosas y de buen nivel las revistas de aquel periodo (notoriamente una de las primeras fuentes de ganancias de los escritores exiliados), también es verdad que en concreto Uruguay no ofrecía muchas oportunidades para que los intelectuales desterrados pudiesen sobrevivir con los recursos derivados de su oficio de escritor95. No hubo un presidente Cárdenas ni un Pablo Neruda o un Salvador Allende que organizaran el rescate, el viaje y las primeras formas —96→ de acogida para miles de españoles, aunque los gobiernos colorados uruguayos se demostraran bien dispuestos hacia los republicanos exiliados. A Uruguay los expatriados llegaron de a poquito, individualmente, por casualidad o por lazos de amistad. Importante enlace entre españoles y uruguayos fue Julio J. Casal, ya cónsul uruguayo en La Coruña, donde había dirigido las revistas Vida, Revista de Casa América y Alfar (1921-1926). Elegante revista de arte y literatura, Alfar renació en Montevideo (1929-1954); a partir de 1939 allí publicaron María Teresa León, Rafael Alberti, José Bergamín, Ramón Gaya, Guillermo de Torre, Antonio Aparicio, Jorge Guillén, Benjamín Jarnés, Rosa Chacel, Rafael Dieste, Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa, etcétera. De las cartas de Bergamín a Casal desde México se desprende un vivaz intercambio de libros, ayudas, invitaciones e indicaciones: «Si usted viese por ahí a nuestro común amigo Saralegui dele muchos recuerdos de mi parte y dígale que no olvido su ofrecimiento de llevarme a Montevideo» (22-8-1940). Bergamín envía a Casal escritos suyos y de otros exiliados, preguntándole también si es posible obtener «una colaboración bien pagada en algún diario» y comunicándole que había hablado de Alfar a los amigos mexicanos: «Villaurrutia, Usigli, Paz, etc. Espero que le envíen algo» (13-6-1942). De las cartas de Rafael Alberti y María Teresa León al «querido tío» se puede apreciar una larga amistad y colaboración («Antes [tu hermoso Alfar] nos llegaba a Madrid desde Galicia; ahora, a Buenos Aires desde Montevideo», 12-3-1942), avivada ahora por frecuentes encuentros y un intercambio epistolar continuo y proficuo.
Otro uruguayo que tuvo un importante papel fue Enrique Amorim, narrador, poeta, dramaturgo, rico y generoso estanciero, comunista, cuya casa «Las nubes» en Salto siempre fue hospitalario centro de reunión y discusión; durante largos viajes a Europa residió repetidamente en Madrid, trabando amistad con Federico García Lorca (quien fue su huésped en Salto en 1934) y otros poetas de la generación del 27. En su epistolario, en el Archivo de la Biblioteca Nacional de Montevideo, cartas de Bergamín, Guillermo de Torre, Antonio Aparicio, Alejandro Casona, Pablo Picasso y Rafael Alberti revelan su generosidad y su papel de intermediario para la publicación -remunerada- de las obras de los españoles en las revistas Latitud, dirigida por Hugo Pedemonte, y Entregas de la Licorne, dirigida por Susana Soca (cfr. las cartas de Alberti fechadas el 29-4-1954 y 2-5-1954). Un papel muy importante lo tuvo también Amorim en la construcción y la inauguración del primer monumento que se haya dedicado en América Latina a Federico García Lorca, en Salto (Alberti, 22-3-1953: «Te felicito nuevamente por lo que has hecho por la gloria de Federico. (...) Algún día los españoles te haremos el homenaje que mereces»; Guillermo de Torre, 9-10-1952: «Me parece felicísima esa idea del monumento a Federico»). Por las cartas de Hugo Pedemonte (14-10-1953) y de Bergamín (26-11-1953 y 18-10-1953) se llegan a conocer también enconadas polémicas nacidas alrededor —97→ del acto -en el que participó Margarita Xirgu, entonces directora de la Comedia Nacional y de la Escuela de Arte Dramático de Montevideo- por la filiación comunista de Amorim y Bergamín, que tenían que ser los oradores oficiales96. Aún podemos recordar a Eduardo Dieste, hermano de Rafael, de familia gallego-uruguaya, director de la revista literaria Teseo; al pintor Joaquín Torres García, que había vivido en España y Francia entre 1892 y 1934, cuyo taller fue un centro de experimentación de las artes plásticas y vivaz círculo cultural; a Jules Supervielle, el poeta franco-uruguayo, amigo y mecenas en Francia de todas las vanguardias, que vivió en Montevideo del 39 al 46, y José Mora Guarnido, periodista y escritor andaluz, amigo y biógrafo de Lorca, que se había establecido en Montevideo a partir de 1923.
El exilio literario español de 1939 : actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre- 1 de diciembre de 1995). Volumen 1
martes, 24 de agosto de 2010
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