sábado, 22 de agosto de 2009

Los altares vacíos

Los altares vacíos



Estábamos en el tercer milenio,

me pareció obscena toda esa gente ahí

contemplando a Cristo en una cruz

después de la lanzada de Longinos.

Después de Herodes, de Pilatos,

esas mujeres en el suelo plañideras

tantos siglos, me pareció una burla.

Yo sólo tenía un corazón de siete años

apenas con uso de razón y sin conocimiento

de los usos sociales. ¡Blasfemia!, gritaron,

cuando avancé entre la turba

dispuesta a arrancarlo de la cruz.

Creí que era un grito de alabanza

y contenta le arranqué el primer clavo.

La sangre que manaba de sus pies

la recogía con mi pelo. ¡Blasfemia!,

gritaron nuevamente, y más contenta

aún, seguí secando su sangre con mi pelo.

Pero su sangre manaba a borbotones

y en un piélago inmenso

se llevó a los judíos a la diáspora.

No puedes seguir ahí, le dije,

y arrastré su cruz por Palestina.

Y todo era un Mar Rojo abierto en dos

por el caduceo de la vertical,

mientras yo trepaba por su cuerpo

hasta alcanzar su dolor doble .

Mi pelo ya era rojo y nadie me veía

y rojo era mi traje también y mis piernas

pequeñas, mi vestido, mis pies.

Yo soy tu horizontal, le dije,

mientras recorríamos Europa

bajo las bombas feroces y las cruces

enemigas gamadas sobre un rojo perfecto.

Las cruces robadas a los Vedas

por alguna valquiria amiga de Sigfrido.

Y lo seguí arrastrando perseverantemente

entre los genocidios. Los dos éramos

pura hemoglobina que danzaba, giraba.



Me gritaron en varios idiomas

palabras que no entendía

pero supuse de ánimo,

la Humanidad es tan dulce...

Así que continué con Cristo a cuestas

hasta el Mar del Plata.

Pero nadie me vió. Yo era una niña roja

pegada a una cruz de sangre sobre el mundo.

Y allí, pacientemente, comencé a arrancarle

los clavos de las manos, de las manos en un estadio.

Mientras Cristo cantaba en todos los idiomas,

yo me quedé dormida. Dicen que no hay altares

y que las aves del paraíso recorren las estrellas.

Las plañideras muertas, el Gólgota vacío.



Verónica Pedemonte (Los altares vacíos)

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