sábado, 11 de diciembre de 2010

The Harlot´s House. La casa del cordón rojo. Oscar Wilde

Wilde era irlandés, y plantea, como todos los grandes escritores de ese país la paradoja de que una nación pequeña y de pocos habitantes, haya producido tal cantidad de figuras de importancia en el terreno literario. Borges enunció la explicación étnica, sin mayor entusiasmo y declaró preferir la que un sociólogo americano ha expuesto para explicar una paradoja similar en el pueblo judío. Para que una obra sea posible (en el caso, una obra de arte) se requiere la conjunción de dos circunstancias: una fuerte y generosa tradición y el sentimiento en cierta manera contradictorio, de que el respeto por esa tradición no deber ser excesivo. Irlanda ha tenido al mismo tiempo, la espléndida tradición de Inglaterra y la convicción se saberse o sentirse distinta de esa tradición. Borges señaló que ese podía ser también el caso de Sudamérica, que teniendo a su disposición la tradición europea, las diversas tradiciones europeas, es o se siente distinta de esas tradiciones, no obligada a respetarlas ciegamente.
El nombre de Oscar Wilde está vinculado a las ciudades de la llanura; su gloria, a la condena y la cárcel. Sin embargo (esto lo ha sentido muy bien Hesketh Pearson) el sabor fundamental de su obra es la felicidad. En cambio, la valerosa obra de Chesterton, prototipo de la sanidad física y moral, siempre está a punto de convertirse en una pesadilla. La acechan lo diabólico y el horror; puede asumir, en la página más inocua, las formas del espanto. Chesterton es un hombre que quiere recuperar la niñez; Wilde, un hombre que guarda, pese a los hábitos del mal y la desdicha, una invulnerable inocencia.

Como Chesterton, como Lang, como Boswell, Wilde es de aquellos venturosos que pueden prescindir de la aprobación de la crítica y aun, a veces, de la aprobación del lector, pues el agrado que nos proporciona su trato es irresistible y constante.

Jorge Luis Borges (Otras Inquisiciones)





The harlot´s house

We caught the tread of dancing feet,
We loitered down the moonlit street,
And stopped beneath the harlot's house.

Inside, above the din and fray,
We heard the loud musicians play
The 'Treues Liebes Herz' of Strauss.

Like strange mechanical grotesques,
Making fantastic arabesques,
The shadows raced across the blind.

We watched the ghostly dancers spin
To sound of horn and violin,
Like black leaves wheeling in the wind.

Like wire-pulled automatons,
Slim silhouetted skeletons
Went sidling through the slow quadrille,

Then took each other by the hand,
And danced a stately saraband;
Their laughter echoed thin and shrill.


Sometimes a clockwork puppet pressed
A phantom lover to her breast,
Sometimes they seemed to try to sing.

Sometimes a horrible marionette
Came out, and smoked its cigarette
Upon the steps like a live thing.

Then, turning to my love, I said,
'The dead are dancing with the dead,
The dust is whirling with the dust.'

But she--she heard the violin,
And left my side, and entered in:
Love passed into the house of lust.

Then suddenly the tune went false,
The dancers wearied of the waltz,
The shadows ceased to wheel and whirl.

And down the long and silent street,
The dawn, with silver-sandalled feet,
Crept like a frightened girl.


Oscar Wilde


La casa de la ramera.


Seguimos las huellas de pies que bailaban
hacia la calle llena de luna
y nos detuvimos bajo la casa de la ramera.

Adentro, sobre el clamor y el movimiento,
oímos a los músicos tocando a gran volumen
el «Treues Liebes Herz» de Strauss.

Como formas extrañas y grotescas,
largas contorsiones arabescas,
corrían sombras detrás de las cortinas.

Vimos girar a los fantasmales danzantes
al ritmo de violines y de cuernos,
como hojas negras arrastradas por el viento.

Igual que marionetas tiradas de sus hilos
las siluetas de secos esqueletos
se deslizaban por la cuadrilla.

Tomados de la mano
bailaban su majestuoso desafío;
y el eco de las risas era agudo y crispado.

A veces un muñeco de reloj apretaba
una amante inexistente contra el pecho,
y otras parecían querer cantar.

A veces una espantosa marioneta
se asomaba fumando al umbral
Como si estuviese vivo.

Entonces, volviéndome a mi amor dije,
«Los muertos bailan con los muertos,
el polvo se mezcla con el polvo».

Pero ella escuchó el violín,
se apartó de mi lado y entró:
entró el Amor en casa de Lujuria.

Súbitamente, desentonó la melodía,
se fatigaron los valses,
las sombras dejaron de girar.

Y por la larga y silenciosa calle,
en sandalias de plata, asomó el alba
como una niña asustada.

Oscar Wilde

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