Que la psicología como ciencia se ha puesto por fin al alcance de cualquier profano (eso que algunos estudiantes deseábamos como "la democratización de las ciencias " )y que se ha vuelto finalmente contra nosotros en las acertadas y visionarias palabras de Jervis sobre la "terapia de la portera" y hoy da curso libre para que el vecino como nos advertía Basaglia, nos mire mal, porque según este gran rebelde "nadie es normal a los ojos de su vecino". Democratización que ha dado curso libre al hombre medio (que queríamos semejante y culto, no mediocre) a la mujer de al lado, para que sepa manejar unas cuantas palabras del argot que le permiten ver al otro bajo sospecha, y asi según la sabiduría popular "harina la que armita" que yo creía al llegar a esta tierra que era una marca y buscaba sin éxito en las tiendas Harina La Carmita. Eso es , síndrome el que usted se invente y el que yo admita , eso no está en las tiendas pero se despacha gratis. Así pues, los grandes genios de la literatura siempre bajo sospecha, y hoy bajo denuesto, expresaron las distintas posibilidades del yo y sus matices, demostrando lo chato de la psicologización a cualquier precio mucho antes de que alguien como Jodorowsky se atrevise a proclamar "si el psicoanálisis no sigue alguno de los caminos de la literatura no pasará al siglo que viene".
¿Qué es el yo ? Preguntaron al maestro zen y él permaneció en silencio. Otro más charlatán decidió definirlo como un círculo sin circunferencia. Mejor no se les ocurra meterlo dentro de un pentágono o de un trapecio, no jueguen a geómetras de Dios que ya tenemos policías del comportamiento y grandes y avezados destructores del Arte.
Psicología liviana, según el matiz rioplatense, de cabeza vana y de ideas frívolas.
Aquí les dejo con la "esquizofrenia" de Borges y la de Lorca. Extraordinario.
Precisamente, mi profesor de psicopatología nos invitó a una reunión con un joven acusado de esquizofrenia que no hablaba hacía seis meses , mi profesor opinaba, al igual que Basaglia, que era muy difícil calificar (o mejor descalificar ) a alguien de esquizofrénico pues cada enfermo hacía su propia patología. Como contaba Basaglia "afirman que los pacientes no hablan, ¿pueden responder drogados? ¿a alguien le interesa lo que tengan que decir?".
El caso es que me llegó el turno de comunicación con dicho joven y como no lo quise molestar más de lo debido, sólo le recité un verso de Delmira: "Eros, acaso no sentiste nunca piedad de las estatuas" y el joven me respondió, dijo que él sí sentía piedad. Este asunto recorrió toda mi facultad y me dió una fama inmediata (por favor, nunca hablen). Pero el mérito no era de ningún modo mío sino de Delmira, que como Lorca o como Borges es capaz de hacer hablar a las piedras, o como la buena poesía, es capaz de descosificar lo codificado, devolver la vida, despertar el ser del letargo. Hacer hablar a las piedras. Aunque las piedras, incluso, no se encuentren en el estado de "paciente", sino que formen los suntuosos pilares de las instituciones.
POEMA DE LOS DONES
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Jorge Luis Borges
Y ahora la genialidad precoz de un Lorca que muchos hoy gratuitamente llamarían quizá "patologías del yo" o "trastornos de conducta e inadaptación social al medio". ¡Ah... benditos los que se adaptan a según qué medios! Es una nueva bienaventuranza. Está claro que ganarán la flor de Skinner (y la compartirán con los perros de Pavlov) además un lugar en el parnaso de los bienpensantes.
Poema doble del lago Edén
Nuestro ganado pace, el viento espira
Garcilaso
Era mi voz antigua
ignorante de los densos jugos amargos.
La adivino lamiendo mis pies
bajo los frágiles helechos mojados.
¡Ay voz antigua de mi amor,
ay voz de mi verdad,
ay voz de mi abierto costado,
cuando todas las rosas manaban de mi lengua
y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!
Estás aquí bebiendo mi sangre,
bebiendo mi humor de niño pesado,
mientras mis ojos se quiebran en el viento
con el aluminio y las voces de los borrachos.
Déjame pasar la puerta
donde Eva come hormigas
y Adán fecunda peces deslumbrados.
Déjame pasar, hombrecillo de los cuernos,
al bosque de los desperezos
y los alegrísimos saltos.
Yo sé el uso más secreto
que tiene un viejo alfiler oxidado
y sé del horror de unos ojos despiertos
sobre la superficie concreta del plato.
Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
¡Mi amor humano!
Esos perros marinos se persiguen
y el viento acecha troncos descuidados.
¡Oh voz antigua, quema con tu lengua
esta voz de hojalata y de talco!
Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.
No, no, yo no pregunto, yo deseo,
voz mía libertada que me lames las manos.
En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe
la luna de castigo y el reloj encenizado.
Así hablaba yo.
Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes
y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.
Me estaban buscando
allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje
y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.
Poeta en Nueva York
Federico García Lorca
viernes, 7 de mayo de 2010
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