La revolución
Toda la noche casi sin dormir en mi camarote, para no perderme ver el Teide desde el barco, que dicen que se ve regio, así en la noche, lleno de brumas.
Estábamos llegando a las Islas Canarias donde íbamos a pisar por fin tierra española.
Aun no había amanecido, me dió miedo llegar de noche a un país desconocido, pero estaba fascinada por el misterio. De repente, vi pasar dos hombres que apenas se distinguían de la oscuridad de la noche de no ser por el blanco de sus turbantes. Sentí que llegaba para habitar otra tierra, brumosa y cálida, llena de gente exótica y de voz familiar y dulce.
- Esta es una de las colonias de España, dijo un inglés, que viajaba con nosotros y que ocupaba el camarote de al lado.
Compramos colonia en las colonias, para mi tía Natividad, y un pañuelo de seda a los señores de turbante para mi tía Dedé. Para mi abuela una caja de bombones, y un neceser precioso con todas las cosas para que se afeitara mi abuelito. Pero lo más lindo fue lo de mi primo Quique, que tiene dos añitos, le compramos un elefante azul de peluche todo suave.
- Puede irse contenta, Madam, es de la mejor seda de la India, dijo el señor del turbante en un francés que sonaba a inglés.
- Merçi , monsier, je suis charmée, dijo mi madre en un francés que a esas alturas tenía ya tremendo acento rioplatense. Y es que a mi madre también la confundían siempre con una francesa, y ella no quería defraudar.
Salimos a la calle, estaba llena de bazares como una calle de Turquía , el aire era pesado y húmedo.
- Le aseguro señor que es un auténtico Cartier, no cesaba de repetir un hombre enjuto de ojos como cuchillas .
Mi padre negaba continuamente con la cabeza.
-¿Le limpio los zapatos, señor ?
- Sí , pero después se sienta y se toma un café con nosotros.
Estaba acostumbrada a que mi padre invitase a café a los limpiabotas, y también a veces a los pescaderos, que no me gustaba nada porque siempre olían a pescado y se mezclaba con el aroma de mi zumo de frambuesa y ya no me lo podía tomar.
- ¿Por qué no invitas también al señor de los relojes , papá?
- Ese tipo es un lumpen , mi hijita .
-¿Y los otros ?
- Los otros forman parte de la revolución.
- Ah ...
El limpiabotas nos contó su vida y nos limpió los zapatos a todos, seguro que habíamos hecho la revolución estupendamente.
La esperanza
Mamá nos despertó muy temprano, eran las seis de la madrugada y nos acercábamos a las costas de Algeciras. La Península estaba ahí a pocos metros, sin embargo, cuanto más se acercaba el barco, más lejos parecía la tierra y el tiempo del encuentro transcurría más lento. Igual que los minutos de antes del recreo. No creo haber visto nunca más algo tan lindo y tan triste como aquel barco lleno de gente a punto de bajar.
Estaba hinchado como la ballena de Jonás, como la barriga de Organza, esa vaca suave de Hormesinda, a punto de dar a luz los terneritos. “Este animal tiene buenas entrañas, mi hijita “. Sí, muy buenas entrañas.
Nos habíamos vestido con unos trajecitos verdes que nos había hecho Lina, la costurera, ella también formaba parte de la revolución, porque siempre tomaba café y nos contaba su vida y nunca hablaba de literatura y de política como los amigos de papá , ni tomaba güisqui. Trajes verde esperanza, decía mamá, y muy abrigaditos. Era noviembre, el frío y la humedad nos cubrían la garganta y la emoción nos hizo un nudo más difícil de deshacer que aquel que me enseñó ese marinero tan alto, que quería ser mi novio cuando yo creciera.
Dejaba atrás un verano de palmeras y árboles de menta, de colibríes, de Navidad cerca de un abeto enorme y kitsch, lleno de adornos importados de U.S.A. y orquídeas de mi abuela. Comiendo asado con los vecinos y los amigos en el jardín de atrás y ese olor a leña de papá moviéndose por la casa. Los pretendientes de mi tía, cada año uno diferente. Laureada y yo vestidas de rosado, que aquí se dice rosa, esperando gustar a todo el mundo y ser unas nenas buenas, con la sonrisa de oreja a oreja.
Mamá me puso una bufanda, pues sin duda la vida me había cogido prestado un verano y tenía que abrigarme. España era muy grande, estaba el Cid paseando aún por sus terribles estepas. Alguien había cubierto los campos de sal, y debajo, había canciones y poetas, niños descalzos con los pies en salmuera, madres amamantando, en medio, aristócratas muertos de provincias que no odiaban, y encima, una bota militar oscura y vieja.
España era muy grande y muy llena de siglos y yo sólo contaba con dos siglos de Montevideo, un guacamayo, la foto de mi perrita Pacha y una selva dulce y salvaje
que se movía rebelde dentro de mi alma.
Los marineros empezaron a echar amarras. Abajo y aún lejos, mi madre vio a mi abuelo y a mis tías que saludaban con la mano, y una gota cayó en mi frente. Sí que es invierno, dije. Era mi madre que lloraba.
Los gallegos y el camarero empezaron a cantar canciones patrias aunque no se resistieron a deleitarnos por última vez con “Carretero calandriano”.
Una vez echada el ancla, pusieron la escalerilla y fuimos bajando lentamente, nos resistíamos a dejar aquel hogar flotante en que se había convertido el barco y como si se tratara de chamanes amazónicos después de un viaje, nos despertaron el temporal y las gaviotas.
Habíamos llegado, mis tías nos comieron a besos perfumados con Joya de Mirurgia y después, bien mareadas, mi abuelo nos dio un fuerte abrazo. España era amplia. La esperanza no nos cabía en los trajes.
miércoles, 6 de mayo de 2009
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Sepan disculpar que subí sin corregir y repito dos veces la palabra resistir. Digamos que los camareros no se privaron de deleitarnos con Carretero calandriano , pero quizá debieron hacerlo en favor del clima.
ResponderEliminarPara seguidores rioplatenses donde dice... debe decir "tomar".
Verónica, me gusta mucho, el primero me gusta el final, muy ...crítico, pero a la vez...la frase final. El segundo me gusta mucho tb, sobre todo la descripción de España (abajo, en medio...), los campos cubiertos.. y el final
ResponderEliminarVeo, Verónica que estás poniendo la carne en el asador y tu blog es un llama chispeante que nos invita, o que nos habla, también, las dos cosas: a la revolcuión.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por los comentarios, son un estímulo.
ResponderEliminarHombre, Salva, no me conviertas en cabecilla de un peligroso movimiento (hoy en día cualquier movimiento es peligroso,sobre todo si no son los movimientos del guapísimo 007 con licencia para matar )por eso más de uno adopta la postura del buda. Sólo soy una cabecilla (con cuerpo) que a veces tiene un par de ocurrencias. ¿Qué revolución? ¿la de las conciencias?