Cuánto me alegra que no me enseñaras
a nadar y guardar la ropa.
Después de un baño, ir desnuda por la vida,
es tan refrescante.
Cuánto me alegro de que no haber sabido
halagar al poder ,así desnuda,
cualquier roce podría ser fatal.
Al fin y al cabo contraer cualquier vínculo,
se hace mejor desnuda.
Cuánto me alegro de no haber sabido
agachar la cabeza,
que mis puntos de vista fueran libres,
me hizo ver desde arriba
como los leones matan a las gacelas.
Me hiciste libre, aunque sin saberlo.
Contempla hoy sorprendido
lo bien que nado con la ropa puesta.
Verónica Pedemonte, Esclavos y libertos, Gerardo Diego 2000
viernes, 12 de junio de 2009
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